Por: Miguel Ángel Cárdenas
El misterio está en el círculo. La maya fue una civilización prehispánica cuya edad de oro empezó hacia el 300 d.C. y que es reconocida como una de las culturas con mayor desarrollo científico, sobre todo por su hoy mediático calendario astronómico.
Los mayas crearon dos calendarios que, según el científico mexicano Víctor Enrique Torres, obedecían con rigor a ciclos sinódicos de Marte, Júpiter y Saturno. Primero era el tzolkin, que es uno corto que calculaba 260 días y que regía la vida religiosa y la organización social agrícola.
Y el otro era para el “tiempo largo”, con el que los “hijos del maíz” buscaron medir el pulso del universo, es decir el infinito. Nada más. Es este último el que ahora se estudia con asombrado denuedo tanto por los científicos más serios como por sectas en Internet.
Este calendario del universo se construyó sobre el 250-900 d.C. Y en este, un ciclo —una era sideral— equivale a 5.125 años. Así, el último ciclo que vivieron en el antiguo México, Guatemala, Honduras y Belice fue uno que empezó el 12 de agosto del 3114 a.C. y que terminaría el 23 diciembre del 2012 con “el fin del quinto Sol”.
Un aspecto que fascina a los astrónomos actuales es su registro de las órbitas de Venus, cuya aparición específica en el cielo, al revés de la creencia griega en Marte, era un aviso para tiempos de guerra. Este preciso conocimiento galáctico es estudiado en el descubierto códice de Dresde (se llama así por la ciudad sajona donde se conserva), que tiene el más esclarecedor almanaque tradicional de predicción de eclipses (e incluso registra los movimientos de constelaciones como las Pléyades).
Es muy conocida la datación del eclipse lunar del 15 de febrero del 3379 a.C.; porque —según la astronomía comparada— entendieron los cambios consecutivos en el magnetismo del Sol.
El calendario fue registrado en códices, en pliegos pétreos con glifos grabados; que, en su mayoría, los extirpadores de idolatrías españoles destruyeron en nombre de Dios.
Un aspecto resaltante en aquel es el refinamiento de la matemática maya cuando registra los “tiempos ceros”: el número cero era una noción abstracta que pocas culturas asumieron en siglos.
ESE REDONDO TIEMPO Fue el británico Eric Thompson quien descifró las correlaciones entre la cosmogonía de dioses y héroes del Popul Vuh, —el canon mítico maya—, con su presencia histórica. Para los científicos sociales, el calendario maya ha sido de mayor importancia socioeconómica y política porque permite precisar las fechas de ceremonias de ascensión de las clases dominantes, derrocamientos de poder, fundación de ciudades, guerras de sucesión, fiestas míticas a los ancestros y divinidades. Por ejemplo, allí están contadas la “pasada” invasión tolteca del siglo X y la “futura” conquista extranjera (española). Toda profecía es un recuerdo en la mentalidad mítica.
Es la distinta cosmovisión del tiempo la que permite entender la ridiculez de la predicción del fin del mundo. No puede haber milenarismos ni juicios finales en una cultura agrícola como la maya que entendía el tiempo de manera circular y no lineal (como en el mundo occidental con un principio, medio y fin).
Todo final era el comienzo de otro ciclo; no había un fin, había nuevos fines por cada período medido por repeticiones “celestiales”: por la observación del cielo y la creencia en divinidades. (Léase el gran libro “El mito del eterno retorno” del historiador Mircea Eliade). Como lo expresaba el libro de mitos del Chilam Balam: “Y después siempre volverá a comenzar”. Eso sí, erraron en algo: concibieron el tiempo circular, pero la Tierra plana.
EL AÑO DEL COMIENZO El arqueólogo del Centro de Estudios Mayas de la Universidad Nacional Autónoma de México Tomás Pérez rebate las predicciones histéricas: “No hay glifos mayas que hablen de profecía alguna. Llevo 20 años leyéndolos, y no conozco ninguno que hable del fin del mundo. ¡Ninguno!”.
De la misma opinión fue la arqueóloga Linda Schele (quien logró reconstruir la historia de la dinastía de Palenque leyendo los glifos) y también Mark van Stone, de la Fundación para el Avance de los Estudios Mesoamericanos.
De acuerdo con quienes glosan las estimaciones de Schele: “Durante ese día —del famoso 2012— del solsticio de invierno, el Sol en su órbita eclíptica va a pasar exactamente por el centro ecuatorial galáctico, desde el punto de vista de la Tierra”.
Lo que podría suceder en ese momento es una actividad solar sobrecargada, porque los mayas también destacaron por el estudio de las manchas solares. LaNASA y la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration) de EE.UU. han publicado estudios tentativos que indican que a partir del 2010 aumentaría la actividad solar y habría tormentas solares como se estimó en el Taller de Clima Espacial, en Colorado. Y hay hipótesis de que en el 2012 esto podría causar un “bombardeo de partículas” del Sol como el ocurrido en marzo de 1989 cuando este fenómeno estelar sobrecargó por 12 horas las instalaciones eléctricas en Quebec, en Canadá.
Pero la destrucción del mundo como un armagedón terminal solo está en la mentalidad de quienes predijeron el fin de todo lo conocido en el 2000.
Y DE NUEVO EL FIN DEL MUNDO... Desde fines del siglo pasado proliferaron libros como los del estadounidense Steve Alten y documentales televisivos sobre este tema, muchos con tintes catastróficos. Incluso se anuncia una película llamada “2012”, que explota el tema. Ha habido películas con mayor belleza con el tema maya como “La fuente de la vida”, de Darren Aronofsky, y bodrios de destrucción solar como la reciente “Presagio”. Para algunos, el juego de pelota maya inspiró al quidditch de Harry Potter.